Bueno, este trata sobre el dinero... ¿lo estamos haciendo bien?
Ahí va Romero
Son muchas las personas que van por la vida ambicionando tener cada vez más propiedades y más dinero. Con el afán de acumular bienes materiales, aumenta su codicia y hacen a un lado los valores que verdaderamente tienen importancia. Su existencia gira buscando únicamente el reconocimiento de los demás, y para conseguirlo, se rodean de joyas, automóviles último modelo, casas de lujo, viajes y ropa fina. Están convencidos de que la felicidad se basa en la posesión de la riqueza, y en contar con abundante dinero, poder e influencias.
Muchos viven en una cruel competencia con sus parientes y amigos. De esa manera no les importa pisotear a sus semejantes, con tal de escalar un nivel más. Sin embargo, conforme pasa el tiempo se dan cuenta que cada vez se hallan más lejos de la felicidad que pensaban estaba al alcance de la mano.
Muchas personas perdieron la paz interior porque les interesó pertenecer a determinado nivel socioeconómico. Se endeudaron en exceso para vivir en una mejor colonia y realizaron viajes costosos para que sus vecinos se enteraran. Todo ello provoca estrés y angustia al jefe de familia cuando se da cuenta de los recibos que llegan a casa. En algunos casos, si son funcionarios o empleados, al verse presionados, se atreven a cometer algún tipo de fraude contra la compañía para la cual trabajan, destruyendo así su buen nombre y su prestigio de gente honrada.
A final de cuentas, estas personas que han perdido el juicio por la ambición desmedida, se enteran que existen otros que tienen más propiedades y más riquezas, y ello les provoca una gran amargura que los vuelve a distanciar de la verdadera felicidad. En esa lucha interminable por conseguir atesorar cada vez más, se les olvida que lo más importante para los hijos es recibir el ejemplo de que lo que importa es “ser” y no “tener”. De qué le sirve al hijo darse cuenta que su padre se pasó la vida tratando de incrementar su capital, y que para conseguirlo fue perdiendo gradualmente la salud. De qué les sirve a esos padres de familia haber fundado un gran emporio con empresas en varias partes de la República, y a final de cuentas enterarse que su familia es un desastre por la desunión de los que la integran.
En la vida tenemos un tiempo para trabajar, otro para convivir con la familia y uno más para descansar. ¡Pobre de aquél que se pasó toda la vida trabajando y no tuvo tiempo para tomarse una taza de café con los amigos! Muchos hombres poderosos no tienen tiempo para convivir con su esposa, y de esa manera la están orillando al suicidio. Se olvidan que el dinero y el poder no satisfacen jamás el deseo de “ser” alguien. Se olvidan que únicamente es rico, aquél que se encuentra contento con lo que tiene, y no aquél que se pasa la vida envidiando a los demás.
Son muchos los que en su juventud soñaron con tener un millón de dólares. Para conseguirlo llegaron a tener problemas familiares, riesgo de divorcio, enfermedades emocionales y abandono de los hijos. Lo peor de todo es que cuando lo consiguieron, se dieron cuenta que no estaban satisfechos porque en ese momento ansiaban tener lo doble. La verdad es que no hay nada de malo en desear tener prosperidad, Dios no nos hizo para ser unos fracasados, pero de eso, a perder la salud por buscar obsesivamente el dinero, hay mucha diferencia.
Es un error intentar volvernos ricos de la noche a la mañana, el camino hacia la riqueza material es un proceso largo y tenaz, de mucho sacrificio y limitaciones. Un amor desmedido por el dinero es la raíz de todo pecado. Algunos en su pasión por la opulencia se han extraviado lejos de la fe, y han caído en la desgracia espiritual en medio de un gran dolor. Un exceso de dinero hace que se olviden las promesas matrimoniales y se lleva el riesgo de caer en un adulterio que destruye el matrimonio.
No debemos olvidar que todo lo que tenemos pertenece a Dios. Nosotros somos únicamente administradores o encargados de nuestras pertenencias, y algún día tendremos que rendir cuentas del modo en que utilizamos lo que Dios nos prestó en administración. Esto incluye la vida, las capacidades, nuestras posesiones y nuestro dinero. También incluye nuestro tiempo, conocimientos y oportunidades. Hacemos el ridículo cuando adoramos el dinero, colocándolo por encima de Dios. Al morir, nada nos llevaremos, y la verdad es que no sabemos quién disfrutará finalmente de esos bienes.
En realidad la vida se parece a una rueda de la fortuna; algunas veces estamos arriba y en otras estamos abajo. No podemos adivinar lo que nos espera para el año siguiente. Tal vez se desplome la bolsa de valores, o los negocios dejen de ser negocios, o nos enfermemos de gravedad y tengamos que hacer gastos excesivos para conseguir nuestra sanación. Son tantas las cosas que pueden suceder, pero lo que sí es cierto, es que si en determinado momento se llegase a perder todo lo ganado a través de los años, podemos volver a levantarnos, siempre y cuando nuestro dios no haya sido el dinero.
Los que no son ricos creen con frecuencia que sus problemas podrían resolverse de inmediato como por arte de magia si llegasen a ganarse la lotería o un premio de los acumulados en Las Vegas. En realidad, esa riqueza sólo produce más problemas. Según las estadísticas, en todos los casos, los ganadores se gastaron muy pronto la totalidad de la fortuna. Además, muchos de esos matrimonios se destruyeron porque los “afortunados” no supieron cómo mantener unida a su familia al mismo tiempo que administraban el repentino ingreso de dinero.
Se cuenta la historia de un señor llamado Romero, que fue abandonado por su familia al enterarse que únicamente amaba el dinero y nada le importaban su mujer y sus hijos. Cuando Romero murió, el que fuera su único amigo y que jamás estuvo de acuerdo con su manera de ser, se sentó en una silla afuera de su casa y desde ese lugar contempló el cortejo fúnebre que se dirigía al panteón. Fue en esos momentos cuando alguien le escuchó decir:
“Ahí va Romero.
En su juventud gastó su salud haciendo dinero.
Ya en la senectud gastó su dinero buscando salud.
Hoy, ya sin dinero, ya sin salud, ahí va Romero en un ataúd”.
Jacobo Zarzar Gidi, México.
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